Reina del plata
Bernardo Kordon
Editorial Jorge Álvarez
Colección Narradores Argentinos
1966 - 2 ed
Tapa blanda, rústica sin solapas
150 páginas
Tapa: Jorge Sabudiansky
Impreso en Buenos Aires (Argentina)
✶ ESTADO: 9/10. Excelente estado.
Desgastes mínimos por paso del tiempo
✶ SINOPSIS:
La reina del Plata se lee como un mapa humano de Buenos Aires, una novela de calles, pensiones y bares donde se cruzan voces que empujan la vida a fuerza de trabajo, deseo y supervivencia. Kordon arma escenas breves que se encadenan, personajes que entran y salen, y una prosa directa que mira la ciudad sin ornamentos, con ternura áspera. Las dos franjas de tiempo, 1930 y 1943, le dan espesor histórico a ese retrato coral, y el resultado es una crónica narrativa de la orilla popular, hecha de oficios, hambres, gestos de solidaridad y pequeñas derrotas que se vuelven memoria de una época.
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✶ EXTRA: Bernardo Kordon, ese olvidado escritor porteño y cosmopolita, por Oscar Muñoz.
Había partido en silencio de una Buenos Aires distinta de la que fue escenario de muchas de sus historias, huyendo de la “mishiadura”, como tantos de sus personajes, cuando los años 90 agonizaban, pero todavía no presagiaban el estallido. Falleció en Santiago de Chile, en febrero de 2002, y su último adiós mereció escaso interés en el medio literario, como una continuidad del ninguneo de una prolífica obra que abarca títulos capitales de la narrativa argentina contemporánea, enrolada en el realismo y el neorrealismo, con identidad nacional y pulso popular. Bernardo Kordon, el escritor de las dos muertes, también supo tener dos vidas. Porque su raigambre inconfundiblemente porteña, de la que dan cuenta Un horizonte de cemento (1940), Reina del Plata (1946) o Alias Gardelito (1956), se conjuga con un espíritu viajero y cosmopolita cristalizado en otros tantos textos como Vagabundo en Tombuctú (1956), Tambores en la selva (1946) y Lampeão (1953), además de su atenta y extendida mirada de la China posrevolucionaria, plasmada en el clásico de culto Seiscientos millones y uno (1958), de lo mejorcito producido en el conspicuo género de viajes de nuestra literatura. Nacido en 1915, era hijo de inmigrantes rusos judíos y su padre tenía una imprenta sobre la avenida Callao. Por aspiración familiar, debería haber sido médico o algo por el estilo, pero él quiso ser escritor. “La imaginación trabajó a mi favor. Y eso me hizo feliz”, resumió cuando las cartas estaban echadas y no se arrepentía de ninguna de sus elecciones.
Su debut literario, jovencísimo, lo pinta de cuerpo entero. Con unos pesos, regalo de su madre, publicó Vuelta de Rocha, una colección de “brochazos y relatos porteños” bajo el sello Ediciones AJE (Agrupación de Escritores Argentinos), que se publicitaba en cancioneros populares de la época, nada más ajeno al gran mundo de las Letras. Con ese primer hijo todavía tibio en las manos, corrió a dejar “olvidado” un ejemplar en los vagones del tranvía Lacroze, con la secreta expectativa de encontrar al lector anónimo y sencillo, laburante, capaz de reconocerse en sus páginas. Sus personajes eran eternos perdedores, marginales, “buscas” –de ayer, de hoy y de siempre: de ahí, la vigencia kordoniana–, con los que entabló trato en sus vagabundeos urbanos y suburbanos. “He conocido hombres y no héroes. No me interesan como tales. Y por eso mismo, no siento la necesidad de meter héroes en mis obras”, explicitó alguna vez. De esa madera, están tallados sus prototípicos Toribio Torres (Alias Gardelito) y Kid Ñandubay. El primero es un tucumano que llega a la gran ciudad con la ambición de ser cantor de tangos y termina inmerso en una red de contrabandistas. El segundo es un boxeador de origen judío llamado en realidad Jacobo Bernstein, que sueña con campeonar y al final se convierte en módica atracción de circos de provincia.
Si bien su mundo narrativo era otro, no fue indiferente al brutal disciplinamiento social implementado por la última dictadura, y sus consecuencias. En un tardío volumen editado por Torres Agüero a mediados de los años 80, Los que se fueron, supo anticipar el horror de las exhumaciones de cuerpos de desaparecidos, en un cuento de atmósfera grotesca y asfixiante, “Descansar en paz”. Actualmente, su obra está desperdigada en editoriales ya extintas y los añejos volúmenes recopilatorios (Sus mejores cuentos porteños, El misterioso cocinero volador y otros relatos, Un taxi amarillo y negro en Pakistán y otros relatos kordonianos) cual piezas para buscadores de tesoros ocultos, olvidados en las estanterías de las librerías de usados. PANTALLA GRANDE El desinterés de la crítica literaria de su tiempo contrastó con la atención que le prestó el cine, ese otro medio de masas que valoró el vigor de su escritura, inscripta en una temática popular. Varias de sus historias fueron adaptadas a la pantalla grande, desde la temprana versión de Alias Gardelito (1961), que dirigió Lautaro Murúa sobre guion del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, con Alberto Argibay en el papel protagónico y música de Waldo de los Ríos. Sergio Renán se basó en sendos cuentos de Kordon para su película Tacos altos (1985), la historia de redención de una prostituta que encarnó Susú Pecoraro. Pero Kordon raramente se involucró en los proyectos cinematográficos, ni con sus resultados. “Sucede que el cineasta trabaja con un material muy elemental que es la imagen. Pero esto no es de ahora. Antes también se decía ‘una imagen vale más que mil palabras’. Yo pienso que la palabra tiene más peso que la imagen porque toca más hondo. La palabra activa la imaginación, la imagen la limita”, apuntó.
Menos conocida es su faceta como traductor. A comienzos de los 50, trasladó del francés al español la novela ganadora del prestigioso Premio Goncourt 1949, Week-end à Zuydcoote, de Robert Merle, rebautizada astutamente 48 horas en Dunkerque. No parece un mero trabajo por encargo. Los protagonistas de la historia son cuatro combatientes con perfiles bien diferenciados: un cura, un especulador, un simplote y un intelectual. En el fondo, cuatro desesperados a la espera de ser rescatados de la playa en improvisadas barcazas de salvataje, mientras las balas pican alrededor. Podrían ser personajes de algún cuento inédito del propio Kordon. TRIBULACIONES El desinterés de la crítica literaria de su tiempo contrastó con la atención que le prestó el cine, ese otro medio de masas que valoró el vigor de su escritura, inscripta en una temática popular. Varias de sus historias fueron adaptadas a la pantalla grande, desde la temprana versión de Alias Gardelito (1961), que dirigió Lautaro Murúa sobre guion del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, con Alberto Argibay en el papel protagónico y música de Waldo de los Ríos. Sergio Renán se basó en sendos cuentos de Kordon para su película Tacos altos (1985), la historia de redención de una prostituta que encarnó Susú Pecoraro.
Pero Kordon raramente se involucró en los proyectos cinematográficos, ni con sus resultados. “Sucede que el cineasta trabaja con un material muy elemental que es la imagen. Pero esto no es de ahora. Antes también se decía ‘una imagen vale más que mil palabras’. Yo pienso que la palabra tiene más peso que la imagen porque toca más hondo. La palabra activa la imaginación, la imagen la limita”, apuntó. Menos conocida es su faceta como traductor. A comienzos de los 50, trasladó del francés al español la novela ganadora del prestigioso Premio Goncourt 1949, Week-end à Zuydcoote, de Robert Merle, rebautizada astutamente 48 horas en Dunkerque. No parece un mero trabajo por encargo. Los protagonistas de la historia son cuatro combatientes con perfiles bien diferenciados: un cura, un especulador, un simplote y un intelectual. En el fondo, cuatro desesperados a la espera de ser rescatados de la playa en improvisadas barcazas de salvataje, mientras las balas pican alrededor. Podrían ser personajes de algún cuento inédito del propio Kordon.
Oscar Muñoz