Respiracion artificial
Ricardo Piglia
Editorial RBA - Planeta
Colección Grandes Escritores Argentinos y Latinoamericanos
1980
Tapa dura
203 páginas
Impreso en Buenos Aires (Argentina)
✶ ESTADO: 9/10. Excelente estado.
Firma anterior dueño en priemera hoja
✶ SINOPSIS:
Publicada en Buenos Aires por Editorial Pomaire en 1980, Respiración artificial cruza correspondencias, lecturas y memorias para pensar la relación entre literatura, historia y política en la Argentina. La novela se organiza en dos movimientos: primero, un tramo epistolar que enlaza generaciones; después, una conversación que abre el juego crítico sin perder el pulso narrativo. Los hilos los llevan Emilio Renzi, su tío Marcelo Maggi y, hacia atrás en el tiempo, Enrique Ossorio, figura del siglo XIX vinculada a la época de Rosas. El archivo, cartas, notas y papeles hallados, funciona como motor; lo que se lee reescribe lo vivido. La estructura propone leer como quien investiga: indicios, versiones, citas que dialogan a distancia. Renzi y Maggi piensan cómo contar un país atravesado por silencios; Ossorio aparece como antecedente que ilumina el presente. Sin solemnidad ni sobrecarga teórica, Piglia arma ideas y escenas para que el sentido avance por capas: un párrafo abre una lectura, una carta la corrige, una charla la desplaza. El resultado es una novela que respira a partir de voces y documentos; cada pieza encaja, no para cerrar la historia, sino para sostenerla.

✶ EXTRA: 40 años de “Respiración artificial”: ¿fue Piglia el autor de la gran novela sobre la dictadura?
Con el regreso de la democracia, la pregunta por la ficción más relevante de los días oscuros fue tema de debates que hoy, tantos años después, se leen de otro modo. Esta nota propone un abordaje crítico de Respiración artificial, el libro más citado de Ricardo Piglia en esa conversación, y lo sitúa en su tiempo literario.
La foto es de 1984: un grupo de escritores mira a cámara con una sonrisa seria. Están entre los billares del bar La Academia, en Callao y Corrientes. Se los ve a Juan Sasturain, Juan Martini, Ricardo Piglia, José Pablo Feinmann y Osvaldo Soriano, entre otros. Se reunieron para fundar la unión EPA, o EAP, “Escritores Policiales Argentinos”. La democracia recién recuperada trae un optimismo reconocible, “con la democracia se come, se cura y se educa”, y aparecen acuerdos, movimientos, propuestas, intereses afines. La agrupación no prospera, pero queda la idea de generación. Todos ellos, y no solo ellos, habían sido perseguidos por la dictadura. Entre 1976 y 1983 aparecieron obras centrales como El cerco de Martini (1977), Últimos días de la víctima de Feinmann (1979) y Respiración artificial de Piglia (1980); también Nadie nada nunca de Juan José Saer (1980), Flores robadas en los jardines de Quilmes de Jorge Asís (1980), con la dedicatoria “A Haroldo Conti… ¿in memoriam?”, y Los pichiciegos de Fogwill (1983), entre otras.

La pregunta por “la gran novela de la dictadura” se vuelve, entonces, improductiva. Cada lector puede sostener un título, pero la respuesta probable es colectiva: la gran novela es la suma de las novelas que estos autores, y otros, escribieron. Un esmerilado de voces, temas y estilos con el horror de aquellos años como sustrato.
Respiración artificial cumple cuarenta años y no acusa desgaste. Mantiene una vigencia nítida y una intervención sostenida en el debate cultural y político, no solo en aquel contexto, también en el de las generaciones que vinieron después. En el tercer tomo de sus diarios, Un día en la vida, Piglia cuenta que eligió el título porque “¿de qué otro modo podría alguien sobrevivir en estos tiempos sombríos?”.
Con ese espíritu de anticipación que la ficción le habilitaba, Piglia publicó después La ciudad ausente. Nadie podía prever que ambos títulos funcionarían como metáforas de pandemia y aislamiento. “Nos han tocado malos tiempos, como a todos los hombres”, dice el protagonista de Respiración artificial parafraseando a Borges, y cierra con un pesimismo seco: “hay que aprender a vivir sin ilusiones”.
La novela comparte una operación con El cerco y Últimos días de la víctima. Si la dictadura se presenta como objetiva y pretende transmitir esa idea, la forma de desmontarla es, en palabras de Beatriz Sarlo, un giro subjetivo: que el poder no mire, sino que sea mirado. “Cuál es el ojo que se mira a sí mismo”, decía Stendhal. En estas obras no hay referencias directas al estado totalitario; aparecen la paranoia del que controla y los fantasmas que fabrica su impotencia.
Respiración artificial abre con una imagen. Emilio Renzi, alter ego de Piglia, mira una foto donde, con tres meses de vida, está en brazos de su tío. Marcelo Maggi, así se llamaba, poco después abandonó a su mujer y, según se dijo, se llevó parte de la herencia. Renzi, ya escritor de treinta y cinco años, publica una novela sobre el tío. Entonces llega la primera carta.
Marcelo lee ese libro y le escribe. Vive en Concordia, envía la foto, propone otra versión de la historia. El intercambio crece; hablan de obsesiones, deseos, motivos. Marcelo es profesor de Historia. Conserva el archivo de un político del siglo XIX que se exilió en Estados Unidos y quiere escribir su biografía. Las cartas van y vienen, hasta que uno de los dos anota que “no hay novelas epistolares en la literatura argentina”.
Para Piglia hay una razón incómoda: en un país como el nuestro es difícil escapar del panóptico. Las cartas entre Renzi y Maggi son leídas por un censor que busca mensajes cifrados. Es un Quijote trastornado por la lectura, aunque lee mal: no lee, verifica. Cada carta exacerba su manía. Quiere hallar frases ocultas, salta palabras, compone anagramas, interpreta cantidades de caracteres. Enloquece hasta que “descubre” códigos; o los inventa.
En 1986, seis años después de Respiración artificial, Piglia escribe Tesis sobre el cuento. Ahí define el cuento como un relato que guarda un relato secreto y pregunta: “¿Cómo contar una historia mientras se está contando otra?”. La pregunta explica por qué Respiración artificial, aun con pocas menciones explícitas a la situación del país, se lee como un libro sobre la dictadura.
No hace falta declarar a Marcelo como desaparecido para que lo sea en la lectura. Tampoco explicitar que el exiliado de 1850 condensa la suerte de los expatriados por el terrorismo de Estado. La historia subterránea, la que el mal lector de la censura no puede ver, vuelve a Respiración artificial un artefacto político difícil de desactivar. En la literatura argentina no abundan las novelas epistolares, pero muchas pueden entenderse como cartas dirigidas a un destinatario preciso. ¿Qué es Facundo si no una misiva de Sarmiento a Rosas?, ¿qué es Una excursión a los indios ranqueles si no una de Mansilla a Sarmiento?, ¿qué es Respiración artificial si no una “carta abierta a la Junta Militar”?
Renzi mira la foto y recuerda que la mujer abandonada por su tío llevaba “el increíble nombre de Esperancita”. Resuena la inscripción de Dante en la entrada del averno: “Abandonad toda esperanza aquellos que entráis aquí”. Incluso la más pequeña. La primera parte de Respiración artificial puede leerse como un descenso a los infiernos; la segunda, como una espera en el purgatorio. No hay tercera parte; en 1980 no hay paraíso.
En la segunda parte, Renzi viaja a Concordia para ver a Marcelo, pero el tío, por un motivo súbito, ya no está. El desconcierto del conserje del hotel funciona como pista de lo que pudo pasar. Renzi espera en el bar y pasa la noche conversando con Volodia Tardewski, un polaco con ecos de Gombrowicz, y con otros noctámbulos.
La novela adopta la forma de un diálogo ilustrado donde la teoría literaria ocupa el centro. El recorrido avanza entre tensiones: Groussac y Borges, Borges y Arlt, Joyce y Bertrand Russell, Wittgenstein y Heidegger. Es un modo de lectura excéntrico que Piglia usa para intervenir en la realidad. Una objeción frecuente a Respiración artificial habla de erudición y metaliteratura. Piglia instala la literatura como cuña; parte de la literatura para pensar sociedad y política, y la vida.
Aunque se lee después, la segunda parte funciona como antecedente de la primera. No la cierra, pero la enmarca. Hay un juego con los títulos que ayuda a entender la estructura: la segunda se llama “Descartes”; la primera toma el título de un cuadro inexistente de Frans Hals, quien sí retrató a René Descartes. Ahí se formula la idea central del libro. Como escribe Juan Villoro en La máquina desnuda, “la ficción antecede a la realidad”. Respiración artificial trabaja como mecanismo de relojería que muestra cómo “las palabras preparan el camino, son precursoras de los actos venideros, las chispas de los incendios futuros”.
Si la literatura es un campo de batalla, quienes van adelante, en sentido figurado, enfrentan la crudeza del mundo. Entre las tensiones de la segunda parte aparece una central: Kafka y Hitler. El proceso, escribe Piglia, “presenta de un modo alucinante el modelo clásico del Estado convertido en instrumento de terror”. Piglia imagina un encuentro entre Kafka y Hitler. Ocurre en el café Arcos, en Praga, a fines de 1909. Hitler describe una utopía atroz donde el mundo se vuelve una colonia penitenciaria. “Y Kafka le cree. Piensa que es posible que los proyectos imposibles y atroces de ese hombrecito ridículo y famélico lleguen a cumplirse y que el mundo se transforme en eso que las palabras estaban construyendo: El castillo de la Orden y la cruz gamada, la máquina del mal que graba su mensaje en la carne de las víctimas”.
Para Piglia, el acierto de Kafka fue entender que, si ciertas palabras pueden decirse, pueden realizarse. ¿Qué palabras habrán dicho Videla, Massera y Agosti? ¿Qué palabras se dicen hoy en los palacios del poder?
Con el contrato firmado y la tapa en marcha, Piglia definió el título Respiración artificial. Hasta entonces pensaba en “La prolijidad de lo real”, verso de “La noche que en el Sur lo velaron”, y prefirió no citar a Borges. La novela salió en noviembre. A comienzos de año, tras una marcha forzada, con horas de encierro y anfetaminas para no dormir, Piglia ya la había terminado. El 2 de febrero de 1980 anota en su diario: “¿Será entonces posible? Los sueños más íntimos. Escribir una novela en dos meses. A partir de resolver el Capítulo I, escribí a una velocidad increíble, doscientas páginas en menos de cuarenta días”. Después pregunta: “¿Se podrá publicar esta novela en la Argentina?”.
En el diario también registra lecturas y ecos: “Todos me dicen que es la novela más importante de los últimos años”. “Todos” son Carlos Altamirano, Luis Gusmán, Enrique Pezzoni, José Sazbón, Juan Carlos Onetti, entre otros. En 1990, una década después de la publicación, Beatriz Sarlo revisa el impacto de Respiración artificial en la literatura argentina. En la revista Punto de vista, texto recogido luego en Escritos sobre literatura argentina, comenta la edición de Prisión perpetua, volumen que reúne cuatro cuentos escritos entre 1967 y 1975. “Quien no haya leído estos cuentos en el orden en que fueron publicados”, escribe, “inevitablemente, los leerá en el orden impuesto por Respiración artificial. No es que los textos cambien al ser recorridos de este modo, sino, más bien, que en la novela están todas las claves para leerlos”. A diferencia de Borges, que aguardó décadas para que la crítica lo instalara, “Piglia prepara su espacio de circulación, explica lo que debe ser la literatura y sintoniza sus opiniones con las zonas sofisticadas de la crítica literaria”.
Piglia sabía que había escrito un libro importante. Un personaje exiliado en Venezuela le escribe a Marcelo: “Pienso que somos la generación del 37. Perdidos en la diáspora. ¿Quién de nosotros escribirá el Facundo?”.
Patricio Zunini