Matando enanos a garrotazos
Alberto Laiseca
Editorial De Belgrano
Colección Narradores Argentinos Contemporaneos
1982 - 1 edición
Tapa blanda, rústica sin solapas
134 páginas
Tapa: Pablo Barragán
Impreso en Buenos Aires (Argentina)
✶ ESTADO: 9/10. Excelente estado
Contratapa con pequeñas manchas de foxing (oxidación)
✶ SINOPSIS:
No me propongo eliminar a garrotazos al simpático enano de Velázquez; tanto menos por el hecho de que siempre simpaticé con los bufones de las cortes. Por otro lado, nada puede ser más peligroso que ganarse la animadversión de uno de esos chuscos, que te destripan entre dos cuchufletas.
Soy prudente desde que leí "Hop-Frog", el cuento de Poe. Resultaría muy desagradable que el furioso pequeñín de la historia decidiera vengarse y me quemara como a un orangután. No es cosa de risa cuando nos declara la guerra to da una división de enanos de jardín. Al principio, al ver las diminutas máquinas de asalto y los pequeños arietes, la víctima sonríe. Pero a medida que pasan las horas, aumentan los incendios y el enemigo mantiene su ataque con fanática decisión, Gulliver empalidece. Los gurrumninos habían resultado más malos que los hititas. Prefiero dejar que cada uno encuentre aquí a sus propios enanos teológicos, emparentados con los de la metafísica contrahecha.
Así, pues, lectores, tomad un hierro (un garrote de fresno, un trinchante o cualquier otra cosa), y penetrad alegremente en las selvas de estos trece cuentos. ¡Buena caza!
✶ CONTENIDO:
INDICE
1- Gran caída indecorosa
2- El balneario de crotos
3- La momia del clavicordio
4- Viaje en tornado
5- La solución final
6- El jardín de los monstruos magnetofónicos
7- El delirio del delirio
8- Análisis de guerra
9- Escaleras de joyas
10- La serpiente de Kundalini
11- La cuadratura del círculo, el movimiento perpetuo, la piedra filosofal
12- El checoslovaco
13- Inventando títulos en la caverna de invierno
✶ EXTRA: "El balneario de los crotos"
Sus doctas Haraposidades, los señores Moyaresmio Iseka y Crk Iseka, reposaban esa mañana sobre la arena de la playa de la bahía de Gazofilago; este lugar estaba situado en el oeste de la Tecnocracia, junto al Océano Tracio, mucho más abajo con respecto al paralelo que pasaba por Monitoria, capital del país. La tal bahía era prácticamente el último vergel antes del gran desierto del occidente, cercano a la frontera califal, conocido como El Bronce de Satanás. Como nadie iba a la mencionada playa paradisíaca puesto que los magnates no la habían descubierto a tiempo, se fue convirtiendo poco a poco en una gran atracción turística para crotos. Linyeras y mendigos de toda la Tecnocracia pasaban allí sus vacaciones, e instalaban carpas de arpillera. Cuando los potentados y jerarcas se percataron del lugar que habían perdido, ya era tarde. ¿Quién se atrevería —y con qué medios— a expulsar a los rotitos, que eran centenares y estaban protegidos nada menos que por el temido Benefactor (así llamaban también al Monitor o Jefe de Estado), a quien le habían caído en gracia? Los crotos por su parte, chochísimos con la situación, viajaban de un punto al otro del enorme país haciendo lo que les daba la gana todo el año, y pasando uno o dos meses del verano en la bahía de Gazofilago. Llegaban a la playa ataviados con sus plumajes más costosos, y centelleantes de mugre. Los señores Moyaresmio y Crk se encontraban confortablemente instalados bajo una sombrilla tan descolorida que parecía haber sido sacada del fondo del mar. Vestían bermudas hechas con restos de cortinas, las cuales tenían cosidas flores recortadas de las revistas de moda, y calzaban hawaianas de cartón atadas con piolines. La mañana era hermosísima; no hacía demasiado calor y el agua quedaba a pocos metros de ellos, clara y pura. Dijo el señor Moyaresmio, mientras tomaba un largo trago de vino blanco helado:
—No hay nada como la vida natural. Mientras bebían, estos dos déspotas ilustrados de la pobreza escuchaban gracias a un fonógrafo antediluviano con manijita para darle cuerda, adaptado a 33 1/3 r.p.m. y cambiador automático: “Cuentos de Baviera”, “Marcha de la cerveza”, “Wenn der Toni mit der Vroni, Polca de Stachus”, con Rudi Knabl en cítara, “Luisa la tiradora” y “En Munich hay una cervecería”, con Otto Ebner y su Orquesta de Vientos. Cerca de allí había un trencito de puestos para la venta de chorizos y panchos, edificado con maderas importadas de las cabañas hindúes, las cuales crecen como plantas a orillas del Ganges y que venían con gusanos y todo; tan podridas las tablas que podía hundirse el dedo en ellas. Circulaban por la playa numerosos rickshaw para crotos acaudalados, que pagaban al tirador de varas con azúcar blanco y fósforos. No faltaban los bañeros con camisetas de football agujereadas, que tenían delante y atrás sendos carteles de papel sostenidos por medio de alfileres:
GUARDAVIDAS
Los bañeros no sabían nadar, por supuesto; pero tampoco era necesario ya que los turistas eran alérgicos al agua, por razones obvias; para ser considerado un imprudente, bastaba colocarse tan cerca del mar que su espuma llegase a salpicarle los pies. Quienes montaban vigilancia se encargaban de llamar inmediatamente al orden a cualquier posible excéntrico. La tierra no se quita con agua sino con baños de arena, como todo el mundo sabe. Mujeres despóticas en la abundancia de sus fofas carnes, y que por la edad bien pudieran haber sido camareras de María Estuardo, reina de Escocia, se paseaban de lo más orondas luciendo tangas apretadísimas, hechas con telas de amianto, robadas de los rincones destinados a guardar extinguidores, granadas, matafuegos, y otras. Es que los trajes de baño, hechos con amianto puro, estaban haciendo furor ese año. Había también, sin embargo, chicas bastante jóvenes, desgreñadas con elegancia, de un color parduzco —no se sabía si por el sol, la raza o la tierra —, que anadeaban sensuales. Lamento decir que no todas eran honradas; las seducían especialmente los linyeras gordos, de anteojos ahumados, tomadores de mate con azúcar y que jamás descendían a prender un cigarro con un tizón sacado del fuego, sino que exclusivamente usaban fósforos. Con un derroche que las dejaba pasmadas, veían cómo estos ricachos encendían un cigarrillo armado y luego, con displicencia y los ojos entornados, tiraban el ya inútil palito de cabeza quemada. Estos gordos, podridos de tabaco y azúcar blanco, insisto, nunca fumaban un armado hasta superquemarse los dedos. Les pegaban 13 o 14 pitadas y después los tiraban.
Horas más tarde, a través de un crepúsculo de aguas rojizas, y luego de comer morcillas y chorizos exquisitos, y quesos picantes asados en parrillitas improvisadas con alambres, regadas generosamente estas viandas con un par de tintillos cosecha 20 de octubre de 1983, sus Rotosidades Ilustrísimas, previo acomodarse los plúmbeos andrajos, se tiraron de panza sobre el pasto, muy cerca de la arena, fumando con una suerte de magisterio tan solo superado por emires califables. Dijo el señor Moyaresmio, mientras lanzaba un largo suspiro:
—Estas fiestas al aire libre me recuerdan los grimorios que cada tanto efectúan los magos.
Crk, algo somnoliento:
—¿Qué es un grimorio?
—Es una suerte de cena mágica, ritual. Una gran festichola a full que se mandan los esoteristas. Hay manjares delicados, vinos exquisitos, sexo, etc. A veces comen cosas asquerosas, pero las devoran con gran placer y piden más. ”Grimorio clásico, que conozca, solo el que otro croto me contó cuando yo era chico. Es una historia complicada y larga, en la cual el grimorio es solo uno de los incidentes de ella; de modo que no sé si…
Y el señor Moyaresmio se encogió de hombros, dejando su espalda expuesta al libre juego de las tensiones de sus mugres.
El señor Crk:
—Adelante, Ilustre. Cuando usted empezó a hablar, me preparé para distraer un tiempo de mis tremendas y abrumadoras ocupaciones de animal mágico; ¿así nos llama el Monitor, verdad?
—Si usted es un bicho de esos, hágame aparecer una danzarina turca.
—Pero cómo no —respondió en el acto el señor Crk, y arrojó al aire un gran puñado de arena al tiempo que decía—: In nomine Grómine…
Por supuesto, no pasó nada. Además, en un brusco cambio de viento, la arena cayó sobre el señor Moyaresmio haciéndolo lagrimear.
Un inculto cualquiera habría proferido un exabrupto. No el señor Moyaresmio, que era un aristócrata bonapartista. Se limitó a decir, al tiempo que se limpiaba los ojos con un pañuelo pardo:
—Tengo la impresión, señor Crk, de que su magia ha fallado. Una equivocación al exorcizar, tal vez. Lejos de materializar lo pedido, usted produjo una variación vectorial en el dulce zéfiro. Si mi juicio es erróneo, le ruego que no vacile en refutarme.
—Tiene usted toda la razón. En realidad, a esta profesión de animal mágico la ejerzo desde hace solo cuarenta años. Soy inexperto aún.
El otro, muy amablemente:
—Comprendo. Es toda una incomodidad.
—La sobrellevo. Pero usted se disponía a decirme…
Entonces, el señor Moyaresmio Iseka comenzó la narración de “Gran caída de la indecorosa vieja”. Un rato después, esta larguísima historia fue cortada abruptamente por el señor Crk Iseka. Este dijo con un suspiro:
—Ilustre… por favor. Creo que ya está bien. Usted cuando se da manija no la para más.
Moyaresmio Iseka:
—Es una verdadera pena que me haya interrumpido. El sultán no cortó la cabeza de Sheherezada, después de todo.
—Es cierto. Pero la pasó para el otro día.
—Bueno, está bien —admitió el señor Moyaresmio—. De cualquier manera ya conté bastantes cosas del cadí. Lo suficiente como para que usted se haga una idea.
—O varias.
—No obstante es una lástima. Los perros sagrados aparecen por fin y se comen —en el famoso grimorio— a la despreciable, arrogante, roñosa y metida vieja. ¿Qué caviar podría compararse a la carne de sulfuroso chichi, palabra esta última que en mi léxico significa mala persona? Solo una alegoría puede tragarse a otra.
Viendo que su amigo se mantenía inconmovible y no decía nada, el señor Moyaresmio prosiguió luego de un tenebroso suspiro:
—Bueno, bueno, está bien. Usted se lo pierde. Se revelan secretos insospechados del grimorio, en ocasión del juicio, castigo y exequias del doble astral de la vieja reblandecida —al fin enganchada en la buena—, que… Pero en fin, dejemos eso. De cualquier manera —y le advierto, en esto me mantendré intransigente—, a lo máximo que me avengo es a esperar hasta mañana, luego del desayuno, para contarle la sorprendente y maravillosa historia Nº 948, titulada “La momia del clavicordio”. Tranquilizado al saber que le endilgarían el tiesto solo después de un sueño reparador, el señor Crk Iseka resignose.
Algunas masas de nubes flotaban sobre el mar. Pocas, pero densas y de color blanco; grises hacia su interior. En el lado opuesto, desde el centro de la tierra tecnócrata, amanecía. El Sol intentaba salir detrás de un lejano árbol cónico; rodeado este de nubes, rosadas con franjas azules, tenía la apariencia de un postre.
Pasó una hora. El árbol ya era un helado encristalado en azul gélido y rayas espectrales de limón.
El señor Moyaresmio se despertó. Miró el cielo y el horizonte con aprecio. Encendió un fuego con varias leñitas que juntó y puso a calentar agua para tomar unos mates.
—Señor Crk… señor Crk…
—Mh.
—¿Un mate, quizá? ¿Una rosquilla con mucho azúcar, tal vez? —Y paralelamente a la infusión ofrecida, extendía con la otra mano una bolsita inmunda, de papel, pero de contenido luminoso.
El señor Crk, tomando el mate y una rosquilla:
—Decirle que no sería una descortesía que usted no se merece, señor Moyaresmio.
El aludido volvió a mirar el cielo, por segunda vez en el día:
—¿Nunca se le ocurrió, señor Crk, que ciertos amaneceres parecen crepúsculos y algunos crepúsculos son idénticos a amaneceres?
Zumbón:
—Ilustre… no se ofenda, por favor, pero… esa frase no fue original ni siquiera cuando alguien la dijo por primera vez. Se parece muchísimo a aquello de: “Ya se hunde el Sol en el ocaso”; “Las nubes arremolinadas como una turbulencia de mortajas que tratasen de ¡byyychck!”; “Tanto va el cántaro a la fuente que al fin se etcétera”. Y otras.
—¿De manera que no le parezco original?
—Para nada, Ilustre. Ahora: si usted obviase las secuencias fatigosas y pasara a la narración que ayer me prometió…
Pero el señor Moyaresmio estaba en otra. Incluso se olvidó de continuar cebando mate, y dijo distraído:
—Ya va, ya va.
Encendió un cigarrillo egipcio, lo sostuvo descuidada y decadentemente en la mano izquierda, y con un palito dibujó un diminuto fusil sobre la arena. Luego levantó su vista de lince y observó un gorrión evolucionando en la selva de su árbol. Pensó que con el fusil que acababa de fabricar, ese hermoso ejemplar de passer domesticus podría ir a cazar cascarudos. Los coleópteros evolucionando como rinocerontes de otra dimensión, ante rifles para caza mayor. Balas rebotando en los élitros. Disparos de bazooka, pegando inofensivamente sobre los blindajes del tanque Stalin III, en Corea: “Otro ataque como el de la semana pasada y terminarán por echarnos al mar, mi sargento”. “Tómeselo con calma, Benson. Ya vendrá MacArthur a rescatarnos”.
—¿Y?, ¿el cuento que iba a contarme? —inquirió el señor Crk Iseka, sacando al señor Moyaresmio de sus ensueños.
—Decididamente, mi querido amigo, carece usted de todo sentido de la oportunidad. Me encontraba sumergido en un delirio delicioso; quién sabe en qué magnífico sistema de las artes o arquitecturas mentales pudo haber terminado.
—Lo siento.
—Oh, carece de toda importancia —el señor Moyaresmio dio vuelta su cuerpo y quedó boca arriba; parecía un faraón de arcilla secada al sol. Imponente, soberano y majestuoso luciendo su guayabera portorrimericana de harpillera, y sus soquetes cortos, hechos con seda importada de las Islas Vírgenes, sostenidos mediante cables telefónicos.
Comenzó a narrar, mientras miraba el cielo por tercera vez en el día: Debo advertirle: lo que voy a referir es un cuento solo en parte. Con la clarividencia que a usted lo caracteriza, no dudo que será capaz de vislumbrar la verdad a través del dislocamiento de las exageraciones. ”Había una vez una raza en silla de ruedas mentales. Eran los epilépticos del humor: unos solemnes de mierda, en otras palabras, ya que carecían de toda flexibilidad para el mínimo cambio de unidades, que les permitiera adaptarse a lo nuevo y gozarlo. Eran como grandes masas de excrementos en flotación. Al morir caían a tierra haciendo plop. Porque le digo, la frigidez en cualquiera de sus aspectos: sexual o mental, es una enfermedad mágica; como la epilepsia.
”Esta no era una raza continua —tal como son los judíos, armenios, baskos o gitanos—, sino discontinua; nacidos sus miembros como por mutación de entre todas las razas. Habían logrado formar una nación, no obstante, y en ella mandaban.
”Las características eran de lo más interesantes. Había quienes, por ejemplo, quedaban podridos instantáneamente en medio de una conversación, o a través del giro de una frase. ¡Lo que puede lograr una palabra incorrectamente usada, o la energía discordante de una falla en la sintaxis! Los individuos de esta raza chichi, cuando les ocurría el suceso mencionado con anterioridad, seguían viviendo, durmiendo, comiendo y copulando, podridos por completo, con gusanos y mal olor. Hasta que se les iban cayendo los pedazos de carne: primero los músculos, luego las piezas anatómicas que constituyen los órganos internos. Algunos muy tenaces resistían hasta último momento y, aquí entonces sí, caían desmoronados; la pilita era arrastrada a un rincón cualquiera hasta que alguien se la llevaba. ”Dejaban muy temprano en la vida de practicar el amor físico, ya que los órganos sexuales eran los primeros en sufrir el aniquilamiento. Cuando se declaraba la putrefacción —cosa que siempre los tomaba por sorpresa—, iban a encamarse con lo primero que viniese así tuviera sífilis o lepra, tratando de compensar en unas horas lo que no habían hecho en toda la vida. Ya castrados se dedicaban al adoctrinamiento de la juventud —también bastante podrida por otra parte—, acerca de las bondades del ascetismo.
Crk:
—Me parece, Ilustre, que usted está hablando de los sorias.
—Goza con interrumpirme.
—¿Cómo?
—Que goza con interrumpirme, digo.
—Pero está refiriéndose a ellos, ¿cierto?
—Puede ser.
Levemente zumbón:
—Usted tiene una gran autoridad para hablar de cosas sorias. Tengo entendido que antes de llamarse Iseka, su apellido era Soria, ¿no?
Algo molesto:
—Usted no pierde oportunidad de recordarme mi origen.
Crk aumentó el zumbido, pues era consciente de hasta dónde podía ir con el otro:
—Y, dicen que aunque el soria se vista de seda, soria queda.
Si el señor Moyaresmio estaba herido, no lo demostró:
—Repetiré lo dicho por un periodista de Camilo Aldao, cierto pueblo donde estuve una vez: “Tengo una triste solvencia” para hablar de todo lo referido a Soria. Como que yo fui un soria.
Crk, haciendo vibrar el zumbido mediante el clave continuo:
—¿Y usted está seguro de que el Monitor lo puso en la lista de exceptuados, etc.? ¿Tiene el perdón metafísico a mano, por favor? ¿O se le extravió?
Moyaresmio evitó contestar en forma directa. Procedió exactamente igual que si no lo hubiese oído:
—Da la casualidad de que si fuimos sorias alguna vez y dejamos de serlo, ya no volveremos. Sabemos muy bien por qué nos alejamos del chichi. Por el contrario, los de apellido Iseka son quienes corren grave peligro de soriatizarse.
Riendo:
—Bueno, bueno. No lo tome a mal.
—No lo tomo a mal. Le digo, eso es todo.
—Siga contando la historia, se lo ruego.
—Volviendo a las características de aquellas mierdas flotantes de las cuales hablaba: el objetivo primordial en la existencia de esas derivadas parciales del Anti-ser era reventar a sus antípodas. Cada uno en este país sabía que en algún sitio, allí o en otra parte, había un ser humano al que necesitaban —y podían— joder de alguna ingeniosa manera o forma. Cuando por fin esto era logrado, perdido ya el norte de sus existencias, caían en una apatía total que aceleraba el proceso de la destrucción orgánica. Era como si el Anti-ser en persona hubiese empezado a derivar de sí, según incontables ejes de coordenadas, a esos engendros.
”Claro está, como eran muy pocos los enemigos verdaderos de estos bofes pestilenciales, a veces debían unirse miles de chichis antes de encontrar una sola antípoda común.
Pero, el señor Crk Iseka, quizá debido al calor o por otra causa, había dejado de escuchar. Deliró para sus adentros: “Un perro sagitariano me saltó a la garganta. Veloz como un rayo le pegué un golpe de aries con el canto de la mano, y cayó muerto en el acuario. Jodete. Jodete per saecula. Una araña de libra —su forma imitaba la balanza, con oscilaciones de platillos alrededor del eje—, con caireles de leo, solares y refulgentes, que había robado para ponérselos en las orejas, avanzaba hacia mí. Me dispuse a defenderme con la púa del escorpión, cuando mi compañero gritó: ‘¡Métale!, ¡métale un piscis eléctrico en el culo, señor Crk!’.”.
El señor Moyaresmio Iseka, percatándose en el acto de que ya no lo atendían, se puso furioso:
—¡Ya ha dejado de escuchar!, ¡seguro que está pensando en otra cosa! — se fue calmando poco a poco—. No sé verdaderamente para qué me pide que le cuente historias maravillosas —pausa—. Y ojo: que los cochináceos de mi narración empezaban siempre así sus putrefacciones: siendo distraídos y desatentos. Así que: ¡cuidado! —agregó con sorna.
El señor Crk Iseka, lila fluorescente de vergüenza, prometió enmendarse y pidió a su amigo que, aunque fuera por esa vez, lo perdonase. Pero luego intentó maniobrar, dentro de un inculto color fucsia:
—Lo único es que creo convendría que me contara de una vez la sorprendente e inigualada historia de la momia del clavicordio, pues con tantos vericuetos me pierdo.
Moyaresmio:
—No busque excusas. Por lo demás, si no le describo la idiosincrasia de ese pueblo, no entenderá lo que sucedió con la momia.
”En ese país era notable cómo los chichis, sin querer, a veces realizaban actos de justicia pese a lo absurdo del sistema. Era como si el Ser intentara capitalizar a su favor la desgracia. Ellos se movían mediante comodines y frases hechas, así estas se transformaban al fin en alegorías devoradoras que destripaban a sus mismos inventores.
”El inconveniente de las alegorías es que tienden a integrarse entre miembros de una misma especie. Si la sumatoria tiene suficientes sumandos, se transforma en el Arma Final que destruye toda civilización. La única forma de terminar con tal estado de cosas sería oponer, a este tumor de baba diabólica, otra alegoría más fuerte y de signo contrario. Pero ello no es posible en un planeta donde reina el Anti-ser, quien mata en su cuna a toda alegoría que se le oponga. El señor Moyaresmio hizo una pausa para comerse medio salamín. Disponíase a contar otras anécdotas referidas al pueblo de los bofes putrefactibles, cuando observó que su amigo empezaba a fijarse en la posición del Sol para consultar la hora, como quien levanta su muñeca para mirar un reloj pulsera gigantesco. Se apresuró entonces a decir:
—Pero ya es hora de que cuente la maravillosa e increíble historia Nº 948, titulada “La momia del clavicordio”.
Crk:
—¡Por fin!
