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Precio sin impuestos €7,55

El señor de la tarde: conjeturas en torno de Cordwainer Smith

Pablo Capanna

Sudamericana

1984

Tapa blanda, rústica sin solapas

303 páginas

Incluye un cuadro con la cronología del universo cordwaineriano

Impreso en Argentina (Buenos Aires)

 

✶ ESTADO: 9/10. Muy buen estado

Detalles de desgaste en tapa y contratapa. Por dentro en muy buen estado.

 

✶ SINOPSIS:

Cordwainer Smith” se ha ganado un lugar entre los perdurables con su epopeya fantástica que enlaza los grandes temas del siglo XX con antiguos arquetipos. Pero el autor oculto tras ese seudónimo es quizás más fascinante que la propia obra. Paul Linebarger fue una personalidad múltiple y contradictoria; un pacifista que estuvo en seis guerras, un políglota mitad chino y mitad estadounidense, vinculado a Sun Yat-sen y Chiang Kai-shek, experto en guerra psicológica, profesor de ciencia política, asesor de Eisenhow y de Kennedy... Un personaje conflictivo, cercano al poder imperial, escéptico y místico a la vez. Este es el primer libro que le está dedicado. No es un simple estudio literario; parte de lo biográfico para plantear la cuestión de la identidad personal, incursionando en las ciencias humanas, la política y la filosofía de la existencia.

 

✶ CONTENIDO:

INDICE

1- Las piezas del mosaico:

-Anthony Bearden

-Félix C. Forrest

-Carmichael Smith

-Cordwainer Smith.

2- El universo cordwaineriano:

El ciclo de la Guerra Fría

-Edad de las Naciones

-Tiempos Oscuros

-Las tres Edades Espaciales

-El ciclo de la Instrumentalidad y el subpueblo

-Ciclo de C´mell

-Ciclo de Rod McBan

-Ciclo de Norstrilla

-Ciclo de Casher O´Neill

-Ciclo del Espacio

-Era de los Señores de la Tarde

-Cronología del universo cordwaineriano.

3- Algunas claves:

-La forma narrativa

-Las palabras y las situaciones

-Los referentes.

4- La difícil identidad:

-El extraño

-El graduado

-Ria Regardie

-Carola Lainger

-Kirk Allen

-Después del Sueño Americano

5- Los símbolos de la ruptura:

-La instrumentalidad

-Norstrilla

-El subpueblo

-La fe olvidada

-El Redescubrimiento.

6- Los limites de la “situación”:

-Las situaciones excluyentes

-Conciencia e identidad

-De la mala conciencia a la conciencia desventurada

-La identidad reconciliada.

7- Bibliografía

8- Obras de Cordwainer Smith

9- Clave de referencias

10- Artículos sobre Cordwainer Smith

11- Traducciones

12- Notas

 

✶ EXTRA: artículo de Pablo Capanna sobre Cordwainer Smith y El Señor de la Tarde, publicado en su sitio web

 

 

En busca de Cordwainer Smith

 

Si bien ya se hacen notar la escasez de recursos, de espacio y hasta de cordura, ya hemos podido ver que el procesamiento de textos ha entrado en su fase industrial. Ya contamos con eficaces programas de escritura y edición, y pronto habrá robots lectores que nos resuman los libros mientras nosotros hacemos gimnasia con aparatos. Con eso podremos quedar bien, aparentando haberlos leído.

Este cronista, que apenas logra mantenerse a flote en un océano de terabytes, pertenece a la estirpe de los cazadores y recolectores de papeles. La mayoría de sus trabajos fueron artesanales, lo cual puede ser más emocionante que procesar bibliografía, pero tampoco asegura el éxito.

La edición definitiva de mi libro El Señor de la Tarde en Europa y el vasto ciberespacio, puede ser la ocasión propicia para contar cómo nos las arreglábamos cuando había menos recursos y no teníamos más remedio que inventarlos.

Mi libro fue la primera obra dedicada a la vida y la obra de “Cordwainer Smith.” Un lector irónico sostuvo alguna vez que éste nunca había existido y no pasaba de ser la creación de un novelista frustrado. Por más que le pese y por más increíble que parezca, su paso ha dejado muchas huellas en este mundo.

Hace varias décadas, Paco Porrúa y Marcial Souto me llamaron la atención sobre él. Pude darme cuenta de que era algo más que un nombre extraño y alcancé a mencionarlo en mi primer libro. Cuando “Smith” murió, supimos que su verdadero nombre era Paul Linebarger y que había estado muy cerca de la alta política estadounidense a mediados de siglo.

Saber cómo funcionaba la mente de un autor que era asesor de Kennedy, catedrático y espía pero escribía ciencia ficción para las revistas de quiosco era lo que más me intrigaba. Sus cuentos eran bastante anómalos. Aludían a Dante, a Rimbaud y a los clásicos chinos pero también a Kennedy, Martin Luther King y Marilyn Monroe. Sólo muy pocos lectores parecían darse cuenta.

Tan loco como eso era pensar que en el conurbano bonaerense alguien se pusiera a escribir un libro sobre semejante personaje. Más absurdo era pensar en publicarlo, cuando había que explicarles a todos de quién se trataba. Hubo quien se empeñó en bajarme a la realidad, pero logré eludir sus consejos.

Cuando me puse a investigar no había bibliografía, porque todavía nadie la había escrito, y apenas contaba con unos cuantos textos y un par de fotos. C.S. era un escritor polígloto, que jugaba con los nombres exóticos, y eso me llevó a perseguir a quienes hablaban lenguas como ruso, holandés, chino o noruego. Cada vez que conseguíamos descifrar alguno de sus acertijos, nos reíamos juntos.

Entonces no había Internet, Google ni celulares, pero el Correo funcionaba y si uno tenía paciencia, la gente contestaba. Desde Bruselas, un estudiante de español me puso sobre la pista de un economista que vivía en Washington y había sido amigo de Linebarger/Smith. Estábamos a comienzos de los años setenta y cuando fui a pedir ayuda a la Embajada estadounidense los atentados eran cosa diaria. Logré sortear a los marines sólo para que me dijeran que por motivos de seguridad no se daban direcciones. Pero me dejaron consultar la guía telefónica, donde estaban todas. Encontré tres economistas con el mismo nombre: uno de ellos firmaba los dólares, porque era el Secretario del Tesoro. Todos se disculparon cortésmente, y recién después de que desistí me enteré de que ese que andaba buscando se había mudado a Australia.

Más difícil fue conseguir el manual de Guerra Psicológica que había escrito C.S. con su verdadero nombre. Había una edición del Ejército argentino, pero ya estábamos en plena dictadura y resultaba sospechoso pedir un libro con ese título en una biblioteca. Un día entré a hacer tiempo en una librería y tuve la sorpresa de encontrarme con toda la Biblioteca del Oficial. Puse cara de indiferente y logré llevarme el libro por unas monedas.

Cuando ya contaba con un manuscrito presentable, varios rechazos y hasta un conato de edición, quise mandarle una copia a la viuda de Smith. Le entregué la carpeta a un becario que viajaba a Estados Unidos, quien debe habérsela dado a un cadete de la embajada, y éste se la habrá olvidado en la butaca de un cine porno, porque nunca llegó a destino.

Cuando el país volvía a la democracia y ya me estaba resignando a que algún crítico francés me ganara de mano, el clima optimista de esos días produjo el milagro. Mi libro ya contaba con el aval de Enrique Pezzoni, pero los editores acabaron de convencerse por un par de chistes tontos que hice en la Feria del Libro.

El Señor de la Tarde salió y acumuló su buen dossier de críticas, pero pronto acabó sus días en los sótanos editoriales, esperando el decomiso. El texto seguía con vida, creciendo y enriqueciéndose con reescrituras, relecturas y descubrimientos. Como había costado tanto publicarlo aquí, reeditarlo parecía imposible, de manera que decidí buscar suerte en otra parte.

Entre mis planes estaba el de abordar al escritor Frederik Pohl, un amigo de C.S. que iba a pasar por Buenos Aires. Lo encontré acosado por los cholulos, pero logré interceptarlo junto a un arpa, en el momento en se había escapado a fumar. Se excusó diciendo que no sabía español; el resumen en inglés le había parecido “políticamente interesante,” aunque dudaba de que alguien se molestara en traducirlo.

Un tiempo más tarde hubo en Barcelona un crítico que tras leer mi libro se decidió a publicar los cuatro tomos de las obras de C.S, sin escatimarme elogios. Tardé años en localizarlo, pero cuando recibió mi mensaje sólo atinó a contestar “¿Tú eres el tío que quiere hablar conmigo?,” y volvió a caer en el silencio. A medida que progresaban las comunicaciones, la gente estaba más conectada, pero cada vez escuchaba menos.

La Red de Redes seguía creciendo exponencialmente, y cuando la Fundación Cordwainer Smith tuvo su página, logré establecer un contacto. Desgraciadamente allí nadie leía español, pero no dejaron de reconocerme como pionero y hasta llegaron a otorgarme un insólito título de Lord.

Para entonces, mi texto ya no toleraba más reescrituras y volví a sondear a los editores locales. Los mejores que había conocido acababan de sucumbir a manos de una multinacional dispuesta a acabar con cualquier muestra de talento. Ahora se publicaban más libros, pero había menos lectores y sobraban los escritores.

Contaba con una docena de libros en mi haber y algunos editores sabían de mi existencia, lo cual hacía endulzaba un tanto sus negativas. Uno se disculpó diciendo que “no publicaba ciencia ficción”, de modo que si le hubiera ofrecido una biografía de Agatha Christie me hubiera remitido a la Federal. Conocí a otro que buscaba afanosamente quien le escribiera la biografía de un gremialista en dos semanas, para no mencionar aquel que andaba fascinado por la filosofía de los Simpson.

Por un tortuoso camino, mi libro acabó por publicarse en la Isla de Malta. La crítica estadounidense se dividió entre los que opinaban que era poco académico y los que pensaban que lo era demasiado. No faltó quien dijese, en el mejor estilo Ripley, que “créase o no, este libro no lo escribió uno de los nuestros, sino un argentino…”

Como verán, las cosas nunca fueron fáciles.

 

Pablo Capanna