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Canto castrato

César Aira

Editorial Javier Vergara

Colección Novela Contemporánea

1984 - 1 edición

Tapa blanda, rústica sin solapas

351 páginas

Tapa: Farré

Impreso en Buenos Aires (Argentina)

 

✶ ESTADO: 9/10. Muy buen estado.

Tapa con desgastes menores. Contratapa con desgastes menores y levemente manchada. Últimas 20 páginas, con antiguas manchas (tenúe aureola en ángulo inferior) Ver fotos.

 

✶ SINOPSIS:

Canto Castrato nos conduce, en un clima de encendido romanticismo, tras los pasos de un divo de la ópera dieciochesca, el Micchino, desde Nápoles hasta San Petesburgo pasando por Viena. El viaje es artístico y asistimos al triunfo de una ópera italiana en las cortes nórdicas. Pero también es político, pues alrededor de la música se teje una maraña de intereses... Y sobre todo es una travesía amorosa: el Micchino repite los pasos de Orfeo para rescatar a la pequeña Amanda del infierno de un matrimonio desdichado. Que lo logre al fin no es el menor de los milagros de esta novela seductora y apasionada.

 

 

✶ EXTRA: Sobre una novela de aventuras - Por José Bianco

 

Palabras pronunciadas por José Bianco en “La Capilla”, el 3 de julio de 1984, en la presentación del libro.

 

La novela de César Aira que tengo el gusto de presentarles es un libro lleno de inteligencia y buen humor. La palabra presentar me parece un poco altisonante. A pesar de mis años y de mi relativa experiencia literaria, no soy quién para presentar a nadie. A presentar, prefiero conversar o platicar, como dicen los mexicanos. Vamos pues a conversar o platicar sobre la novela de César Aira, y tratando de ser breves, porque después es muy posible que el mismo autor nos hable acerca de ella, y después, todavía después, nos espera un espectáculo de títeres que ha de ser bastante más ameno que las palabras a cuya lectura los someto. Aparte de sus méritos intrínsecos, la novela de César Aira tuvo para mí el atractivo de hacerme tropezar por primera vez en la literatura con un castrato. 

 

No he leído S/Z, el estudio de Roland Barthes sobre Sarrasine, un relato de Balzac incluido en el mismo libro, que según entiendo es la historia de un castrato. Es verdad que Casanova, en sus Memorias, se enamora de Bellino, un castrato de diecisiete años. No obstante, para tranquilidad de las personas ortodoxas en materia sexual, y con gran alivio de Casanova, que se consideraba el arquetipo de lo viril, Bellino resulta un falso castrato. Casanova se da cuenta de que no es un hombre por sus rasgos. Tiene ojos de mujer, dice. Confieso que no sé en qué pueden diferenciarse los ojos de un muchachito de diecisiete años de los de una muchacha, salvo que la muchacha se depila las cejas o se los pinte, cosa esta última que también hacían los hombres en el Sudán, como sabemos todos los que hemos leído "The end of general Cardan" ("El fin del general Cardan") en Eminent Victorians, o lo hemos visto en el cine. Supongo que se pintaban los ojos con antimonio para atenuar la reverberación del sol en la arena, o evitar que la misma arena se los irritara. Dice Lytton Strachey del Mahdi, el gran enemigo del general Cardan, que entró a sangre y fuego en Khartum : "Sus ojos, pintados con antimonio, lanzaban un fulgor extraordinario". Sin embargo, es posible que la dulzura de la mirada sea una característica femenina. Así pensaba Casanova, y así nos lo dice el romance español: Los “ojos de don Martin, son de mujer, de hombre no.”

 

Una de las excelencias de esta novela de César Aira para lectores como yo, poco enterados de la conformación física de los castrati, es que los saca del error de suponer que eran feminoides.  castración que han sufrido antes de llegar a la pubertad, les estira los huesos de los pómulos, exagerando la curva de los arcos superciliares, y les produce un crecimiento desmesurado de los brazos y las piernas. La distancia del pubis a la planta del pie, según me explicaba un médico amigo con el cual conversaba a propósito de Canto Castrato, excede más de 55 por ciento de la estatura. El Micchino, héroe de la novela, y casi todos sus compañeros, son más altos que los más altos jugadores de básquet. Cuando el empresario austríaco va en busca de su gran estrella que ha desaparecido, el famoso cantante Micchino, y por fin lo encuentra en la Opera de Nápoles, que supongo ha de ser el Teatro San Carla, César Aira lo describe así (hago un resumen del párrafo):

 

"El Micchino era muy alto, incluso para un castrato. Medía más de dos metros diez, y, aunque muy delgado, de huesos sobrenaturalmente estirados su aspecto era saludable y apuesto... Los ojos enormes eran rasgados, muy oscuros... La mutilación que había sobrellevado a una edad muy temprana, entre los cinco y los seis años, había suavizado los rasgos seguramente toscos de su familia, y el refinamiento innato de su carácter había trasmutado cada una de sus modalidades. El arte había hecho lo demás, y el roce prolongado con la aristocracia, la disposición de una gran fortuna, y la certeza de haber llegado a la cima de la perfección técnica, lo habían vuelto algo así como etéreo, con un aplomo que iba más allá de lo humano, y era en el fondo totalmente enigmático."

 

Estamos en Nápoles; páginas después, en Viena, como el Micchino se halla desnudo frente a un espejo colocado, "con fines seguramente inconfesables", al pie de la cama de una duquesa con la cual acaba de acostarse, César Aira dice: " Se miró un instante: con sus dos metros veinte de altura...", etcétera, etcétera. En pocas páginas hemos pasado de "más de dos metros diez ", a "dos metros veinte", así carrément. ¡Cómo quisiera que no fuese un error que después César Aira ha corregido! (Yo he leído la novela en una fotocopia de los originales.) Me gusta que un novelista se entusiasme con su héroe, que sucumba al hechizo de ese mismo héroe que ha creado. Que si el héroe en un capítulo es altísimo, en el capítulo siguiente sea altisísimo, como dirían los peruanos de las novelas de Vargas Llosa. Que no vacile en otorgar a su héroe el águila imperial con que Napoleón, tan amante del bel canto, condecoró al castrato Velluti. Y como los generales quedaran estupefactos, y alguno se atreviera a balbucear: “Pero Sire, darle el águila a un castrato...” Napoleón respondió, con la sorna que solía poner en sus réplicas y que enmudecía a sus interlocutores: “Oubliez voussa blessure?” (¿Olvida usted su herida?)

 

César Aira nos hace deambular por Nápoles, ese Nápoles donde había casas con letreros que decían, según acabo de leer en un libro de Sacheverell Sitwell, Qui si castrono ragazzi, nos hace deambular por Viena y por un mágico San Petersburgo. La novela termina en Roma. Allí el Papa Clemente XII, ya muy viejo, hastiado de todo y de todos, cediendo a las instancias de varias testas coronadas, cae también como el autor de la novela bajo "el hechizo del Micchino”, y le concede la dispensa de casarse, pese a que no puede procrear. Asistimos a accidentes, duelos, emboscadas, venganzas, crímenes, muertes y más muertes, pero nunca dejamos de sonreír. César Aira no pierde su espíritu festivo. Canto Castrato es en todo diferente de las novelas que se escriben hoy por hoy. No hay en ella análisis, psicoanálisis, o psicología perversa, y más o menos barata.

 

Su autor ha logrado una suerte de milagro: con un tema escabroso hacer, un libro puro, limpio. Nos da placer leerlo, y pensamos que si tuviéramos diez o doce años nos daría el mismo placer. Es una novela de aventuras, está muy lejos de la mera verosimilitud sin invención, y la novela de aventuras gusta en todas las edades. A los grandes y a los chicos. Esa novela de aventuras, tan característica del siglo XVIII y principios del XIX, desde Cándido, del genial Voltaire, hasta La novia del hereje o La inquisición en Lima, que escribió para divertirse y divertirnos Vicente Fidel López, un historiador argentino por quien siento especial devoción. En esa línea está Canto Castrato de César Aira. Agreguemos, para terminar, qué a este libro no le falta encanto. Y el encanto, como ha dicho Robert Louis Stevenson, es una de las cualidades esenciales que debe tener el escritor, Sin encanto, todo lo demás es inútil. Con encanto, lo demás viene por añadidura.