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$23.81 USD
Precio sin impuestos $19.68 USD

Consultorio sentimental

Oscar Hermes Villordo

Compañía General Fabril Editora

Colección Anaquel

1971 - 1° Edición

Tapa blanda, rústica sin solapas

132 páginas

Ilustración de tapa: Segundo Freire

Impreso en Buenos Aires (Argentina)

 

✶ ESTADO: 8/10 Muy buen estado

Desgastes menroes en tapa, contratapa y lomo (ver fotos)

 

✶ SINOPSIS:

La obra de Oscar Hermes Vilordo abarca poesía y narración. Ha publicado dos libros de poemas, Poemas de la calle (1953) y Teníamos la luz (1962), y en 1966, la novela El Bazar. La Subsecretaría de Cultura de la Nación incorporó en la colección Testimonios, dirigida por Leónidas de Vedia, el libro Oscar Hermes Villordo con la presentación de Manuel Mujica Láinez. Justo reconocimiento a su generosa expresión poética y a su cálida sensibilidad humana. 

Su labor como crítico literario (aún no reunida en volumen) lo sitúa entre los más lúcidos exégetas de nuestro medio, dotado de un criterio esclarecedor por la natural claridad de sus ideas y la solidez de sus conocimientos.

La lectura de las páginas que usted tiene en sus manos de Consultorio Sentimental le permitirá intimar con un espíritu claro, con un alma que se ha acercado a las gentes con actitud amante y los ha contemplado con mirada crítica. Con su consentimiento o sin él, Villordo lleva al lector a volver la vista hacia lo terrible, lo pavoroso quizá, el amor y sus matices, la soledad, la piedad. Los secretos de un “consultorio sentimental”, la redacción de una revista femenina vista por dentro, una historia de amor entre cartas de consultas de lectoras (y lectores) y personajes obligados a convertirse en verdaderos travestis por su oficio, son algunos de los elementos de esta novela. "En Villordo resplandece, con la luz de un dócil relámpago, la inteligencia en una de sus más difíciles manifestaciones: el humor, la ironía, la gracia, en fin, que crean y recrean, que detienen o exaltan, sin cesar, este río espléndido: la Vida”. (Jorge Calvetti)

En definitiva, Consultorio Sentimental tiene el nivel y la calidad testimonial de los narradores de la nueva generación que bucean en la fisonomía de la sociedad y en sus medios de comunicación.

 

✶ EXTRA: Entrevista de Alfredo Serra a Oscar Hermes Villordo.

 

"Hice esta entrevista en octubre de 1993. Oscar Hermes Villordo murió tres meses después, el primer día de enero de 1994. Elogiada por varios medios periodísticos -un halago que hubiera preferido no tener-, se publicó primero en la revista Gente y luego en mi libro Así hablan los que escriben, con el sello de Editorial Atlántida. Pese a que en el presente libro prometí un popurrí de mis entrevista a más de treinta escritores (lo mejor de lo dicho por ellos, a mi juicio), decidí que ésta llegara íntegra a los lectores. No creo necesario explicar por qué.

 

-Bueno, no siempre se puede hablar de héroes y villanos, de épica, de fragores literarios.

 

-Tenés razón. Pero, ¿sabés?, sigo escribiendo. Mirá, tocame el dedo. (El dedo es el mayor de la mano derecha y tiene un callo viejo, largo, pétreo) Es que siempre escribí con tinta escolar y pluma cucharita. Eso te deja el dedo marcado y teñido de azul. En el hospital también escribía así, y usaba como pupitre un libro de actas.

 

-¿Qué escribió?

 

-Una novela por encargo. Se llama Ser gay no es pecado, y sale en noviembre.

 

-Más que un título, una proclama.

 

-Sí. Pero no es mío: lo sugirió la editorial, y estuve de acuerdo. Mezcla ficción con realidad, hechos autobiográficos con hechos ajenos, cambia el tiempo real de los sucesos, pero los temas centrales son la homosexualidad y la marginalidad. Los protagonistas son dos chicos que se conocen y se quieren desde la infancia. Cuando la novela termina, tienen diecisiete y veintiún años, pero jamás se han acostado. Simplemente se quieren.

 

-¿Esa circunstancia es una especie de redención de su propia vida, Oscar?

 

-No, no…, yo jamás oculté lo que fui.

 

-¿Por qué dice fui en lugar de soy?

 

-No es por pudor. Soy homosexual, fui promiscuo, y nunca lo disimulé. Ni por vergüenza ni por discreción. Hablo en pasado (fui) porque a los enfermos de sida nos pasa algo muy extraño: cuando conocemos el diagnóstico se nos muere el sexo.

 

-¿Cómo es esa muerte, exactamente?

 

-No me refiero a erecciones y esas cosas. Es algo mucho más profundo. Es como si un telón negro y pesado cayera sobre el sexo, sus órganos, sus recuerdos, sus fantasías. Es… tabla rasa sobre la parte de debajo de nuestro cuerpo.

 

-¿Una forma de culpa, tal vez?

 

-No puedo explicarlo. Aunque la culpa, en mi caso… Mirá: yo soy católico, muy católico, de esos que creen que Dios es uno y trío, y mi fe y mi homosexualidad vivieron siempre en conflicto, en colisión. Hasta que un día…

 

-Hasta que un día, ¿qué?

 

-Hace dieciocho años, mientras estaba internado en terapia intensiva, enfermo de gastritis atrófica y a punto de que me sacaran el estómago, entró a la sala Eugenio Guasta, un cura al que yo conocía desde sus días seglares y hoy es el párroco de La Merced. "Te traigo a Cristo", me dijo. "Padre -le contesté-, usted sabe lo que soy, usted sabe cómo he vivido. Yo no puedo…". Me interrumpió, y mientras me acercaba la hostia a la boca, sonrió con indulgencia y me dijo: "¿Qué le importa el sexo a Dios, hijo? A Dios le importa el pecado de soberbia, y no es tu caso".

 

-Usted le dijo "… sabe cómo he vivido". ¿Cómo vivió, Oscar?

 

-Oh… Yo nunca quise disfrazar el sexo, nunca le puse careta. Sabés a qué me refiero: jamás tomé precauciones.

 

-¿Por qué?

 

-La culpa que yo me tiraba me impulsaba a dar placer. Ni siquiera a recibirlo. Dar, dar, dar… Eso quería. Y ponerle una careta a ese acto era mitigar el placer.

 

-¿Fue feliz así?

 

-No. Nunca fui feliz.

 

-Es extraño… ¿Por qué?

 

-Porque el homosexual arrastra una tragedia básica: quiere el amor de un hombre heterosexual, y para siempre. Quiere reemplazar a la mujer, y eso es absolutamente imposible. Ese hombre puede darle momentos, unos meses, unos años, pero tarde o temprano se irá. Y entonces llegarán la soledad y la desesperación. Porque en definitiva el drama no es el sexo. El verdadero drama humano es la soledad.

 

-Amó a un hombre, y ese hombre se fue. ¿Qué sucedió entonces?

 

-Entonces llegó el andar solo de noche. La desesperación. ¿Sabes en qué se traduce la desesperación de un homosexual? En lujuria. Y esa lujuria lleva a la promiscuidad. Pero eso sí: nunca fui un marica con plumas ni manoteé braguetas. Perdón por la crudeza del lenguaje…

 

-No hay nada que perdonar.

 

-¿Sabés que me dijo un día Bioy Casares, tan bella persona, tan grande como escritor, tan magnífico amigo?

 

-Sospecho que algo muy inteligente. Lo conozco bastante bien.

 

-Íbamos en un ascensor rumbo a la calle, y sentenció: "No es el Mal con mayúscula lo que hace desdichados a los hombres: es la estupidez".

 

-¿Quién le prendió esa cruz roja en el pecho?

 

-Las monjitas de San Camilo, uno de los lugares donde estuve internado. Son monjas jóvenes y bellas.

 

-¿Y esa imagen de la Virgen María?

 

-La llevaba en su cuello Blanca Isabel Álvarez de Toledo, la mujer de Bartolomé Mitre. Se la sacó y me la puso. Quiero que esté aquí para siempre. Después de todo, lo dice el Evangelio: Cristo está para los enfermos.

 

-¿Qué clase de católico es usted, Oscar? ¿Cómo maneja lo religioso?

 

-No puedo explicarlo. Pero un día le dije a un jefe que antes de darme un empleo me preguntó si era católico: "Sí. Pero no de aquellos que les preguntan a los demás si lo son". Creo que eso me define.

 

-¿Qué quiere hacer de ahora en adelante, cuando los que mandan son la enfermedad y su plazo inexorable?

 

-Ser útil a los demás. Durante mucho tiempo oculté mi condición de enfermo de sida para no angustiar a mis amigos. Lo supe en agosto de hace dos años, pero callé, aunque creo que muchos de ellos se dieron cuenta. Más tarde comprendí que el silencio no tenía sentido. Hoy quiero que mi enfermedad y mi muerte sirvan de algo.

 

-¿De qué modo?

 

-Diciendo claramente que la promiscuidad es un camino que lleva derecho al sida. Que hay que tomar toda clase de precauciones. Que nadie está libre: ya no es un mal de homosexuales, de drogadictos, de marginales. Es de todos y de cualquiera. Y lo hago con alegría, como una militancia.

 

-¿También una forma de religiosidad?

 

-Eso, eso: vos lo definiste mejor que yo.

 

-Frente a una enfermedad terminal hay cuatro etapas: incredulidad, furia, depresión y resignación. ¿Cómo las atravesó?

 

-Las tres primeras, en muy poco tiempo. Y ahora estoy resignado. ¿Sabés qué me ayudó mucho? Las Coplas a la muerte del maestre Don Rodrigo, de Jorge Manrique. Don Rodrigo era su padre, y cuando la muerte golpea a su puerta, como en la Quinta Sinfonía de Beethoven, el caballero dice: "Que querer hombre vivir / cuando Dios quiere que muera / es locura".

 

-¿Le queda tiempo para ser útil, Oscar?

 

-Los plazos son cada vez más cortos y las limitaciones cada vez más grandes. Horarios severos, tratamientos, dietas, análisis, drogas que sirven y de pronto no sirven, fatiga, debilidad. Pero ya ves, no me rindo, escribiendo, y hasta enfureciéndome cuando repito una palabra

 

-¿La enfermedad le cerca el cerebro?

 

-Se pierde algo de memoria, sí. Pero conservo muy bien la memoria literaria. Puedo escribir, y puedo leer a muertos queridos como Montaigne y Dostoyevski, dos de mis favoritos. Pero hay algo muy extraño…

 

-¿Qué es?

 

-Ya no sueño. Es como si lo onírico se hubiera muerto. ¡Yo, que vivía de la imaginación! Recuerdo el último sueño, ya muy lejano. Trataba de consumar el acto sexual con un desconocido en una especie de estadio inmenso y vacío. Después, nada. Cayó el telón.

 

-¿Y los recuerdos eróticos?

 

-También se cortan. No funcionan. Sin embargo, en aquél último sueño se refugió mi identidad sexual. Lo que soy. Es muy revelador.

 

-¿Cómo reaccionó ante la aparición del sida?

 

-La vinculé con el año mil, con la peste negra en Europa y Asia, con el Demonio. Después, por versiones que corrieron, supe que podía ser una enfermedad artificial escapada de un laboratorio donde se ensayaban armas para la guerra bacteriológica. Más tarde pensé en el mono verde africano, y en todo lo que se dijo. Pero…

 

-Siempre hay un pero, dicen. ¿Qué pasó?

 

-Jamás pensé que llegaría aquí, y mucho menos que pudiera alcanzarme. Fue como oír una noticia lejana de tierras todavía más lejanas.

 

-¿De qué vive, Oscar?

 

-De mi jubilación de periodista. Setecientos pesos por mes, más lo que me pagan por algunos comentarios literarios. Y mis amigos me ayudan.

 

-¿Qué más quiere decir, en función de ser útil?

 

-Que el sida está agazapado en cualquier parte, y que quiere tener un cuerpo, abrazar, invadir al otro, ¡vivir! Por eso te atrae y quiere conocerte. Y además, quiero advertir algo que nos lleva al triste tema de la estupidez humana. Una gota de saliva, un beso, una lágrima, no contagian.

 

-¿Hay segregación contra el enfermo de sida?

 

-Menos que antes. Pero todavía hay gente que, ante el enfermo, piensa: "Algo habrá hecho". Una frase nefasta de nuestra historia… y no precisamente referida al sida.

 

-Le recuerdo la última pregunta del famoso cuestionario de Marcel Proust. ¿Cómo le gustaría morir?

 

-Rodeado de mis amigos. De los más cercanos a mi corazón. Es lo último que quiero ver antes de mi partida hacia el gran misterio.

 

Octubre de 1993