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Gavilla de fabulas sin amor

Camilo José Cela

Bruguera

Colección Libro Amigo

1979

Tapa blanda, rústica sin solapas

216 páginas

Con 32 dibujos de Picasso (a color)

Impreso en Barcelona (España)

 

✶ ESTADO: 9/10. Excelente estado

Sin detalles

 

✶ TEXTO EN CONTRATAPA:

Camilo José Cela y Pablo Picasso: una colaboración insólita, de resultados adecuada mente sorprendentes, que nos habla con la palabra y con la imagen -imágenes hay menos porque cada una de ellas vale por mil palabras-- de temas y personajes de tanta trascendencia como los cuatro Reyes del Sur, a saber, Kagpha, Badadilma, Badadakhárida y Especioso Zalamea y Ruiz-Cipolleta; de un tal C.J.C. que resulta llamarse Catulino Jabalón Cenizo; de una medieval rata blanca ex perta en masturbar damas de alta torre; de Adán y de Eva; de Don Bob, «judaizante relapso y pertinaz», al que quemó la Inquisición de Mallorca frente a lo que hoy es un night-club; de la historia de Troya y de sus héroes; del niño enamorado de su propio corazón que no quiso revelarle su secreto a su de niñera; de la monja Fanny Price (s. X antes Cristo), amante de un alguacil; de musas y de dioses, de hadas y de príncipes, de leprosos y de bufones, de lavanderas y guerreros y gitanos...        

 

✶ CONTENIDO:

INDICE

El amor faz sotil al ome que es rrudo

- Tranco primero

- Razón d´amor

-Los cuatro reyes del sur

- C. J. C.

- El amigo

- Eva y Adán

- Don Bob

- El perro de David

- El palomito viudo

- El reloj de Flora

Claves para un gitano que se desangra

- Tranco segundo

- La historia troyana

- Este es mi corazón

- La lavandera

- Picodeoro

- El guerrero cansado

- La pitonisa

- Entre la ira y la muerte

- La amante

- El guerrero loco

- La niñera

- El fuerte aqueo

- El noble anciano

- La monja

- Por la Ciudad, no por Helena

- La señora

- La musa y el río

 

✶ EXTRA: 

 

D’amores desamparados, los cuatro reyes del sur —Kagpha, Badadilma, Badadakhárida y Especioso Zalamea y Ruiz-Cipolleta, que es el más viejo de todos—, en cuanto que vieron la estrella polar estremecida, enjaezaron sus asnos y partieron (seda, sudor y polvo / desgrado, pena y dolor / rijosos como micos), con dolorido cuidado, en pos de los presentes que habían de brindar al palomino: oro del Transvaal; bálsamo de benjuí del Mekong, al que Dioscórides, años andando, llamaría incienso de la India; resina de la Meca, y tortas de Alcázar elaboradas a base de azúcar cande.

 

 

Kagpha cabalga —a la jineta, que no a horcajadas— el pollino Lucero, de raza enana de África y temperamento bullicioso, en cuyas cachas el fiel trasquilador pintó, a golpe de tijera y en letra gótica, el mote heráldico de las más diáfanas profecías: asno sea quien asno batea.

 

Kagpha, que en su remota lengua quiere decir tahúr, es joven y rubiasco, barbilucio y casi rapagón. Kagpha enseña los bucles de la cumplida pelambre que Anastasii (el dios barbero) le dio, pintados de color verde yerba (igual que luce Badadilma su barba fluvial) y tiene los ojos redondos y amarillos, como avaro que es, y la corona sembrada de aguamarinas azules, frágiles y delicadas. Kagpha es viudo porque las tres esposas que, no obstante su corta edad, tuvo en tiempos (Milagro, Dolores y Georgina), se le murieron de asma, enfermedad que les vino, como un traidor corolario, de tanto suspirar de insatisfacción. A Kagpha le da risa la ocurrencia y suele contarla, a poco que encuentre quien le haga caso, en sus frecuentes y disolutas y escandalosas francachelas.

 

—Mis tres mujeres fueron igualmente bellas y frágiles. Por ahora no pienso volver a casarme de nuevo porque mis súbditos habían empezado ya a murmurar. A algunos los ahorqué, para escarmiento de todos, pero, como en mi reino la gente no escarmienta, suspendí las ejecuciones y mandé hacer leña de la horca, leña para mi cocina.

 

A Kagpha le gusta cazar tordos con red y aplastarles el cráneo con los dedos. El plato nacional del reino de Kagpha son los tordos con col y, en las solemnidades patrióticas, Kagpha tiene ordenado a sus ministros que repartan tordos con col a los vagabundos, los tuertos y los leprosos.

 

—¿Y a los demás?

 

—No —suele responder Kagpha con gran empaque—, los demás que se vayan a hacer puñetas.

 

El rey Kagpha tañe la guitarra con mucho esmero y sentimiento y, de no impedírselo la dignidad, hubiera querido ser tocaor de tablao.

 

—¿Como Manolo el de Badajoz?

 

—Eso; o como Perico el del Lunar.

 

Kagpha no habla más que pehlvi, céltico (general y continental), galés, armoricano, cómico, irlandés y gaélico, si bien conoce ligeramente el francés y el latín vulgar y, con quienes no saben ninguno de sus idiomas, se entiende por señas y con gran soltura. Kagpha, antes de ser coronado rey, fue foss del kerrigan del condado de Kerry, en Irlanda, que era señor de miles y miles de hadas y que señalaba a todos sus vasallos con un signo chino marcado al fuego debajo de la tetilla izquierda y sobre el corazón.

 

Badadilma gasta la boca grande y los ojos pequeños. Badadilma es alegre y de media edad. Badadilma es muy sabio y, a consecuencia de su saber, pederasta. Todos los caminos llevan a Roma. Badadilma conoce las ciencias ocultas (Zoroastro, Papús y la señora Blavatsky fueron discípulos suyos) y la gramática china, lengua a la que tradujo El Ciprianillo, libro mágico del que fue autor san Cipriano antes de conocer a la bella y honesta Justina. Badadilma, una noche que los reyes del sur se bañaban en las turbias aguas del Éufrates (mientras la cohorte de concubinas y efebos, formados en rueda como las yeguas ante el lobo, los protegían del fulgor de la luna), se le quedó mirando al rey Kagpha para las tetas.

 

—¿Sabéis lo que se lee en vuestra marca, colega? —le preguntó con su más simpático y persuasivo acento.

 

—No, Badadilma: más de una vez os dije que ignoro el chino. ¿Qué es lo que leéis en mis reales tetas?

 

Badadilma, rápido como el rayo, dibujó en las aguas una grafía atroz y misteriosa que huyó con presteza de lagarto:

 

—Eso es lo que canta vuestra señal, colega: lin. ¿Sabíais que lin es un animal de color amarillo, de cuerpo de antílope, rabo de vaca y cascos de caballo entero y montaraz?

 

—No —le respondió el rey Kagpha mientras se quitaba el jabón del luminoso y recóndito sobaco.

 

El rey Badadilma, que ignoraba la crueldad, fingió no oír.

 

—Lin tiene un solo cuerno, colega, que termina, ¡bendito sea el dios Chons-Pe-Iri-Skher!, en un pezón de carne, y ni anda jamás de los jamases en manada, ni cae en trampas, ni se le puede cazar con red.

 

El rey Kagpha, atónito ante la ciencia del rey Badadilma, siguió escuchando con muy puntual atención.

 

—Lin escoge siempre el más bello y clemente país para vivir; es simétrico y hermosísimamente proporcionado; camina con arreglo a los más elegantes preceptos, y su voz coincide en todo con las rígidas y armoniosas reglas de la solfa; lin, mi querido colega, nunca pisa un insecto vivo ni una brizna de yerba creciendo, y sólo aparece cuando están los más benévolos reyes en el trono. Eso es lo que se lee en vuestra piel, colega: una señal feliz entre todas las señales.

 

El rey Kagpha, rebosante de dicha, mandó a sus ojeadores por el campo abajo para que, alumbrándose con mil luciérnagas solteras, le buscasen la fértil y verrionda flor de mandrágora a la que brindar, rendidamente, su amoroso, inaplazable y violento sacrificio: que nadie es feliz en soledad.

 

Badadilma monta el burro Garibaldi, de raza salvaje de Cerdeña, en cuyas crines flamea al viento una cinta de color de rosa en la que, escrito con letras de oro, se lee: Dijo el asno a las coles, pax vobis.

 

Badadilma, que en su difícil lengua significa Enrique IV, el Impotente, es un rey muy querido de sus súbditos porque (d’amores desamparado / d’amores, que no d’amor / parto yo, triste amador) disolvió el cuerpo de carabineros, quitó el servicio militar forzoso, redujo el impuesto sobre la renta, fomentó la música y la poesía, y autorizó el matrimonio entre las personas del mismo sexo sin más obligación que la de guardar las formas (sólo una de las dos, a elegir libremente entre ambas, podía usar pantalones). Badadilma es muy sobrio en la mesa. Badadilma es abstemio. Badadilma, en la cama (y contra lo que se suele suponer), no pasa de juguetón.

 

El rey Badadakhárida tiene la barba roja de pimentón y los ojos azules y lleva la corona sembrada, al tresbolillo, de rubíes. El rey Badadakhárida es muy cachondo y jaranero e irresponsable y cuando se embriaga, según dicen, prorrumpe en vivas a la república. El rey Badadakhárida es notoriamente aficionado al John Jameson y, como buen irlandés de origen, pasea por doquier sus cejas y su nariz color ladrillo-ejército secreto. El noble rey borracho, caballero en Perezoso II, garañón de Vic al que monta a estilo gitano, muestra una rara semejanza con Gervasio Ruipérez, Trescalés, picador de toros que trabajó a las órdenes de Guerrita y Mazzantini; es tan grande el parecido que en Addis-Abeba, durante el carnaval de hace como cosa de ocho o diez años, el príncipe Malakot de Gudda-Guddi, sobrino del preste Juan, perdió la merienda que se había apostado con su primo el ras Menelik de Xoa, que acertó al suponer que Badadakhárida, aunque por fuera lo fingiese, no era el picador sino el otro.

 

Badadakhárida es rey tartamudo y escéptico y, como la nigromancia se le resiste, se da —aunque sin demasiado entusiasmo— a la prestidigitación. Badadakhárida tiene una genealogía muy dudosa, al decir de los reyes de armas, y sus facciones, aunque simpáticas, carecen del misterioso empaque de la realeza. A pesar de todo, Badadakhárida es el más rico y fuerte de todos los reyes de la Tierra y a Kagpha, a Badadilma y a Especioso Zalamea, cuando no lo ven sonreír, se les abren las carnes de miedo.

 

Badadakhárida es muy propenso a las emociones del naipe y del azar, que prefiere a ninguna otra cosa, y en su séquito lleva un viejo camello de color de plata que se llama Gerfalcón y que va todo cargado de dados y de barajas para que su amo pueda jugarse hasta el pellejo, si se tercia, con el primero que se presente. Badadakhárida es nombre que, en la rara lengua que hablan los plebeyos de su país (los nobles, entre sí, suelen entenderse en rético), vale por juglar tartaja y de costumbres disolventes y caprichosas. Badadakhárida es cazador de piezas difíciles (urogallos, unicornios, dragones, sirenas y almas errantes) y una vez que, por error, dio muerte a un jabalí, mató de paso a todos sus acompañantes para que a nadie —en los allí finiquitados días de su existencia— pudieran decírselo.

 

—¿Y no le remordió la conciencia?

 

—No. Badadakhárida lleva la conciencia al aire, para que se ventile y no pueda enconársele ni remorderle jamás. Badadakhárida, aunque parece alocado, es rey que sabe tomarse sus precauciones. ¿Cómo, si no, se explica que jamás nadie haya intentado destronarle?

 

Durante el largo peregrinaje de los reyes del sur según el rumbo, muchas noches confuso, de la estrella polar, Badadakhárida fue el único que mantuvo el ánimo alegre en todo momento. A veces, mientras Kagpha se atusaba sus bucles de color verde en señal de preocupación, y Badadilma se deshacía en pálido llanto, y Especioso Zalamea y Ruiz-Cipolleta fruncía el ceño igual que un magistrado cornudo y estreñido, Badadakhárida, a voz en cuello y desafinando como un diablo (¿qué importa?), cantaba las violentas y un sí es no es desesperadas canciones de los soldados: Entra por uvas, La Madelón, El carrasclás, Las chicas de la Felisa, etc.

 

A pesar de su corona, toda de oro macizo, el rey Especioso Zalamea y Ruiz-Cipolleta no es nada feliz; su jumento Parisién, de noble familia originaria del Poitou, bien lo sabe y por eso, entre otras cosas, vive triste y hermético como los toreros adolescentes con una cornada en el escroto.

 

—Dime, Parisién, hermano —le preguntó un día de primavera el rey Especioso, que hablaba el habla de los animales—, ¿por qué te empeñas en dar tu aliento y tu compañía a quien, como yo, todo o casi todo te lo niega?

 

Y Parisién, el braquicéfalo Parisién, que tenía las orejas largas y caídas y más bien morcillonas; los ojos pequeños y con una mancha alrededor, y la capa parda, casi negra, con la nieve bailándole en la panza y en el hocico, le respondió con las viejas palabras de Ramón Llull:

 

—Donar és vehí de riquesa, majestat, e prendre de pobresa.

 

—Sí, Parisién, puede que tengas razón.

 

El rey Especioso Zalamea y Ruiz-Cipolleta es muy retraído (a pesar de su curioso nombre exótico) y dado a la soledad. Su salud no es buena, bien es cierto, y su calvicie, y el color verde de su faz y el venenoso y cúprico tinte azulenco de su barba bien a las claras denotan que el hígado no le marcha como es de ley. Si el vaso no está limpio —escribió Horacio en una de las cartas que dirigió a miss Mary Muskmelon, la amante del Giotto—, todo lo que en él echares se vuelve agrio. El rey Especioso Zalamea y Ruiz-Cipolleta adivina, ¡qué trágica adivinanza!, que la ciencia no es más cosa que un chorro de dolor cayendo, como una lluvia violenta, sobre el dolor. Al rey Especioso Zalamea y Ruiz-Cipolleta, que es tierno y sentimental como un pez de agua dulce, tan sólo le aparta del spleen el vals Manolo, que Waldteufel dedicó al duque de York. ¡Oh, qué bello y amoroso es el compás de tres por cuatro! El rey Especioso Zalamea y Ruiz-Cipolleta tiene el ojo de babor prisionero de la conjuntivitis, y el de estribor, ¡qué descaro!, con la marca de haber cobrado leña. La verdad es que al rey Especioso Zalamea y Ruiz-Cipolleta no se le dieron bien las cosas en esta vida. El rey Especioso Zalamea y Ruiz-Cipolleta está casado, pero separado de su mujer (la novia de Albacete le salió rana): él dice que por putería de ella; ella afirma que por putañería de él. Probablemente los dos aciertan. El rey Especioso Zalamea y Ruiz-Cipolleta es tío de Paquito Malpica, alias Guijo, garzón sin sentido que se ahogó, igual que un pájaro comido de la piojera, en el charco que dicen el libón del Cura.

 

Kagpha, Badadilma, Badadakhárida y Especioso Zalamea, en cuanto que vieron la estrella polar dando brincos en el firmamento, desempolvaron sus coronas, abastecieron su séquito y partieron (seda, sudor y polvo / ansia, devoción y amor / toriondos como enanos) en pos de la aventura loca en la que aún siguen, contra el consejo de todos. Kagpha, por distraerse, graba mensajes de amor, a punta de navaja, en la corteza de los árboles: Paquita, te quiero (y un corazón atravesado por una flecha); Liliana, te quiero (y un corazón atravesado por una flecha); Ginette, te quiero (y un corazón atravesado por una flecha); Yasmine, te quiero (y un corazón atravesado por una flecha), etc. Kagpha sabe, con san Bernardo, que la causa de amar es amar, que el fruto de amar es amar, que el fin de amar es amar. Badadilma, por matar el tiempo, dibuja en las aguas lombrices chinas en el manso estilo sosho, o de la yerba, que le enseñó el monje budista Kamo Chomei, autor del Hojoki.

 

A Badadilma no le gustan ni el estilo kaisho, rígido y notarial y propio de escribas, astrónomos y artilleros, ni el estilo gyosho, literaturizado y a medio camino entre Pinto y Valdemoro. Badadilma, que ama la poesía, los marineros y las puestas de sol, prefiere la dulce caligrafía en la que la huella del pincel finge el desmayo de la yerba mecida por la brisa. Badadakhárida, por combatir el hastío, pinta mujeres desnudas en las movedizas arenas del desierto (mujeres sin ojos y con el sexo en forma de as de trébol) y canta, fingiendo voz de niño pequeño, las dolientes estrofas de la canción Merde à Vauban. Especioso Zalamea y Ruiz-Cipolleta, por distraerse —¡él, siempre tan aburrido!—, apunta sus cuitas en un cuaderno.

 

Los cuatro reyes del sur (d’amores desamparados / en las manos el amor / y el amoroso cuidado) con su compañía de leales y zafios escuderos y airosas y gallardas barraganas, y su estela de físicos sapientes, golfos hambrientos y mancebos barbilindos y mujerados, llevan siglos y siglos paseando su orfandad a la esquiva sombra de la estrella del norte.